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Entrada escrita por Beatriz Vázquez Mouriño fisioterapeuta y voluntaria

Hace poco tiempo que llegué de África, ese continente con el que había tantas veces soñado ir. Unos años atrás ya había intentado ir de cooperante, pero no había sido posible ya que es un tanto difícil que a los fisioterapeutas nos acepten en sus hospitales. Las ganas por hacer ese viaje nunca cesaron y a principios de este año 2015 lo volví a intentar de nuevo, pensando que los programas de cooperación podrían estar cambiando y quizás se me abriese la posibilidad de conocer un país en el que poder trabajar con mujeres y niños. Mi objetivo además era un país de habla portuguesa, una lengua familiar para mí, ya que en su día me la enseñó mi abuela y me trae tan buenos recuerdos.

Puedo decir que un sueño que tenía se ha cumplido, gracias a la Fundación Khanimambo. Tan pronto los conocí y me aceptaron en su programa de salud en Xai-Xai, Mozambique, no dudé ni un instante en gestionar mi pasaporte e irme para allá todo el tiempo del que disponía.

Bea con Alvina Fundación Khanimambo

Bea con Alvina / Foto: Eric Ferrer

Al llegar conocí a Alvina, una niña de 15 años que no podía caminar. Al principio noté un poco de resistencia al intentar movilizarla, una resistencia que entiendo perfectamente, ya que de la noche a la mañana una extranjera completamente desconocida le estaba diciendo que había que caminar. Después de unos días, empecé a ir por su casa, ya que con su madre y hermanas la rehabilitación se hacía más llevadera. La familia colaboraba en todo. Yo llevaba música para mejorar su estimulación, aunque me caben dudas de si Alvina conservaba su audición.

Su hermana de 7 años, Felizarda, me preguntaba si algún día su hermana volvería a caminar. Entre todos trabajábamos mucho durante el tiempo que fui a su casa. Se respiraba en el ambiente una alegría compartida, puesto que el progreso de Alvina se notaba día a día. Empezó a levantarse sola por las mañanas, un progreso que me llenó de enorme satisfacción. Recuerdo que el acceso a su casa era complicado, ya que la rodeaban senderos de arena, sin facilidades de transporte público. ¡Qué bueno sería para Alvina tener un andador para poder desplazarse por su casa!

Todas las mañanas, muy tempranito, antes de empezar el tratamiento fisioterápico con Alvina, llegaba Lina, una adolescente con severa cojera que siempre traía puesta una ortesis. Lina llegaba caminando y arrastrando su pierna desde muy lejos, atravesando montañas de arena. Siempre cansada y sudando, aunque era invierno, el sol pegaba muy fuerte. Todos los días venía acompañada por su prima pequeña Melita, de unos 7 años, que también se interesaba por el estado de salud de Lina. A Lina le enseñé maniobras para mejorar la movilidad de su pierna.

Fisioterapia en Fundación Khanimambo

Bea tratando a Lina

Ella continuamente me regalaba bonitas cartas de agradecimiento. Lina era muy madura y poco a poco empezó a explicarme cómo había empezado su enfermedad, el tratamiento que realizaba en el hospital y cómo su pierna había mejorado desde que se subía a la bicicleta estática que había en el hospital. Hablando con ella podía ver cómo se le iluminaban los ojos cuando me hablaba de la bicicleta estática del hospital. Si ella pudiese tener una, seguro que se subiría diariamente para pedalear fuertemente y mejorar su movilidad. En mi cabeza rondaban bicicletas estáticas inutilizadas en España, bicicletas estáticas utilizadas de percheros, bicicletas estáticas arrinconadas en trasteros o garajes o aquellas que van directamente a la basura porque son tratos que ocupan y poco decoran.
Al poco tiempo de mi llegada, Alexia me puso en contacto con las madres y abuelas de los niños de Khanimambo e indagué sobre cómo habían sido sus múltiples partos y si querían empezar a trabajar su suelo pélvico. Allí los partos casi nunca son asistidos por otras personas y tampoco por personal sanitario.Así que empecé a trabajar con ellas.

Me desplazaba hasta las casas de tres madres jefas de la comunidad y allí nos fuimos organizando por grupos, ya que los espacios dentro de sus casas eran reducidos. Fuera da las casas había espacios especialmente bonitos, con arena, sombra de los árboles, pero en los que no era cómodo trabajar.

Madres de Fundación Khanimambo

Bea con algunas de las madres de Khanimambo

El primer día que intentamos realizar ejercicios, los hombres que pasaban por los caminos nos miraban y se reían de nosotras. Ellas me contaban que nunca habían hecho nada parecido y les daba vergüenza. Pero los días fueron pasando y con ellos la vergüenza; dejaban de usar las capulanas en las clases y venían con ropa cómoda. La alegría e interés se fue mostrando en sus rostros.

Ha sido un trabajo muy bonito y con buenos resultados, así que sólo me queda animar a todos los fisioterapeutas a tener una experiencia como esta. Queda mucho trabajo por hacer y es realmente una experiencia gratificante y enriquecedora; única. El día anterior a mi despedida de la “Escolinha”, una de las chicas que asistía al centro me confesaba sus planes de futuro, sus sueños. Ella también quería ayudar a la gente y había pensado que le gustaría ser también fisioterapeuta. Esa sería su futura profesión.

Así que de mi estancia me he llevado un aprendizaje; bonitos recuerdos, bonitas palabras y momentos gratificantes que sólo podrían haber ocurrido allí, en ese preciso momento y con la gente que me rodeaba.

Muito obrigada Alexia, Eric y todos los trabajadores de Khanimambo, a las madres y a sus hijos.

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