Acabamos de abrir la caja de pandora en Khanimambo. Una caja que, al llegar hace 11 años, encontramos totalmente cerrada, sellada y que ahora vemos como los niños, los peques, los jóvenes… ¡da igual! vemos como todos juntos han decidido dar el golpe definitivo para abrirla.

¿De qué caja hablo exactamente? Os estaréis preguntando. Hablo de la caja de la afectividad, del sentimiento. La caja de la inteligencia emocional.

Éramos unos locos, por querer hablar abiertamente de emociones infantiles. «¿Para qué? Es mejor que no les mimemos», me respondieron muchos adultos que veían llegar con cierto temor lo que se les venía encima.

Pero en vez de seguir sus recomendaciones, creamos herramientas. Semana tras semana llenábamos nuestras libretas con historias de niños que había que atender con rigor y responsabilidad. Con innumerables cortos de Pixar y, «medicina para el alma», les decía a veces cuando a través de cuentos tocábamos sus propias historias. Charlas en privado, en pasillos, mientras jugábamos. Dinámicas de grupo, manualidades, recomendaciones, cartas de los viernes en Khanimambo para dar rienda suelta a un “te quiero” tímido. Creamos un grupo de Facebook privado, empezamos a motivar con contenido útil y lleno de fuerza… Y seguimos cantando bonitas melodías que rezan “gracias por dejarte ayudar”. Y vinieron muchos voluntarios que no escatimaron en cariño ni en testimonios personales que dejan huella… y así hasta escuchar:

Tía Alexia, necesito a mi madre. ¡La echo de menos y la necesito!

…me acaba de decir uno de ellos, ante su desesperación con el rechazo y abandono de su madre. Ella, que se ha ido, sin mirar para atrás. Pero hoy mi amigo no se calla. Y está dispuesto a tocar a su puerta, decirle una y otra vez, vuelve.

Aquellos que tenían tres y cuatro años cuando entraron en Khanimambo, hoy su inteligencia emocional les permite hablar de sentimientos, de forma clara, precisa, y para muchos otros, aterradora. Esos son los jóvenes que entienden muy bien sus necesidades y no temen defenderlas. Se han levantado con el impulso que da saber que tienes a alguien que te quiere detrás.

Les escucho, quiero que sigan hablando. Les ayudo a dar forma a su emoción porque es lo más importante de todo en la construcción de uno mismo. Y era exactamente aquí donde quería yo llegar.

“Prefiero que mi padre se vaya de casa” me dice una niña de 12 años que está harta de que cada noche su padre llegue borracho, y le rompa hojas de su cuaderno escolar, para fumarse un cigarro.

La caja de pandora se ha abierto, y ahora, rápidamente, tenemos que ponernos las pilas con los adultos para reconducir todo lo que sale de ella hacia la afectividad y el cuidado que sus hijos reclaman y que, sin duda, merecen.

¿Conseguiremos estar nosotros adultos a la altura de nuestros hijos?

Estamos preparados, ¡manos a la obra!