A las tres de la mañana de cualquier día de la semana, ilumina el camino que lleva a Khanimambo la ligera luz de linterna del móvil de Lucia. Con ella caminan sus tres hijos más pequeños, cada uno envuelto en una capulana: Irene de cinco años, Orlando de ocho y Francisco de diez. Se abren paso en la oscuridad con paso rápido, Lucia no es de las que camina despacio. Todo lo contrario, pocas personas le siguen el ritmo y ella se enorgullece de esa capacidad física que tiene.

Ese punto de luz que alumbra sus pasos, le llevan directamente a encender el horno de Khanimambo antes de las tres y media. Mientras, sus hijos ayudan a amasar los 15 kilos de harina de trigo que, no por arte magia, sino fruto de un esfuerzo familiar, se convertirán en los panecillos recién horneados del desayuno de las siete, para los 350 niños que alimenta el Centro Nutricional.

Los tiempos de fermentación y de horneado son calculados por Lucia, y sus hijos siguen las indicaciones de esta madre que aprendió a hacer pan hace un año siguiendo las instrucciones del gran Iban Yarza, en sus videos de Youtube.

Irene, Orlando y Francisco podrían quedarse en casa, despertarse dos horas después y llegar al desayuno de Khanimambo como el resto de niños, pero para Lucia es más importante que formen parte del proceso de hacer pan. “Nos acostamos todos antes, y juntos hacemos el pan. Mis hijos tienen que entender lo que me supone ser una madre divorciada con cinco hijos, independiente económicamente y construyendo la vida estable que nunca tuvimos antes. Me acompañan contentos, estamos vivos”.

Familia en la Fundación Khanimambo

Lucia, con cuatro de sus hijos

Lucia es una madre moderna, no lo disimula. El día que su hija mayor entró en la facultad de derecho, se fue hacer unos pantalones a medida. “El día que mi hija se gradúe, iré con estos pantalones con el orgullo de ser madre de una abogada moderna. Eso es lo que quiero que mi hija vea en mí”.

A Julio, que se está formando como cerrajero en el Instituto de Formación Profesional le ha dejado claro que no quiere un certificado de papá, quiero uno del Instituto. Y se lo dice con unos preservativos en la mano, “cuídate hijo, no estropees este momento”.

La seguridad que Lucia tiene al andar rápido por la carretera, o en saber que cada mañana a las siete no faltará el pan a ningún niño, o que su hija conseguirá acabar la carrera de derecho y su hijo la formación FP… esa seguridad la ganó el día que decidió que su vida no sería más la de una mujer maltratada.

Nelson, su exmarido le pegaba a diario, hasta que dijo: BASTA. Lo dijo tan alto que todos los vecinos la oyeron. Y no por su tono de voz, sino por la fuerza animal que salió de su cuerpo al defenderse de la paliza. Le cogió de los brazos y le tumbó en el suelo. Después se subió en su torso y le pisó tan fuerte como pudo. BASTA. BASTA, BASTA y en esa tercera repetición se vio como la mujer fuerte que hoy es.

Cuatro años han pasado desde que empezó su vida de nuevo. Sin casa, sin dinero, con cinco hijos que le preguntaron, «¿mamá qué hacemos?»; a lo que respondió “Vivir hijos, vivir.”

Y así viven, recorriendo cada mañana con su madre el camino del esfuerzo diario y de la seguridad en uno mismo.

LUCIA, ¡BRAVO, BRAVO, BRAVO!