De vuelta a Portugal, siento un vacío!

Cuando acepté el reto de Alexia de representar a la Fundación Khanimambo aquí en Portugal supe que estaba dando el paso correcto. Siempre me ha gustado ayudar a las causas nobles, pero ésta fue la primera a la que me lancé con todo mi corazón y mi alma. Sin embargo, todavía no había entendido exactamente lo que representaba esta Fundación.

Cuando llegué a Xai-Xai me dirigí directamente al Centro Munti, un espacio mágico, ¡un oasis! Sólo unos días después me di cuenta por fin del calor que sentía nada más entrar. Calor eso sí, de la temperatura atmosférica, pero aún más de las personas. Cuando se dice que Mozambique es la tierra de la gente buena, no basta con explicarlo. Cada mirada, cada sonrisa, cada “buenos días”, cada abrazo y cada beso, cada momento compartido…son una muestra de ello.

El calor humano es algo que no he sentido en ningún otro lugar del mundo. Cada día que conocía mejor el Centro Munti y sus proyectos, más se llenaba mi corazón, y cada día me asombraba más cómo podían hacer tanto con tan poco. El secreto está en la gente. La gratitud que siente todo el mundo, todos dan lo mejor de sí mismos e incluso más. Los niños se dan cuenta cada día de la lotería que les ha tocado al venir al Centro Munti.

Al llegar por la mañana, tía Minulva siempre les saluda con una cálida sonrisa, que les hace derretirse, comprueba que cada niño y niña está bien vestido, limpio, feliz y listo para aprender. Después de limpiar sus manitas, entran en el comedor para comer su matabicho (desayuno), elaborado por las madres de Khanimambo con la ayuda de todos los que trabajan allí durante el día. Siempre hay música tranquila de fondo, de forma que permite seguir escuchando al otro, mientras instala la calma en nuestro interior.

Cada niño entra en su clase donde cada mentor le ayuda con cualquier pregunta y tarea que tengan. Todos se esfuerzan al máximo y aunque sea un día de lluvia torrencial en el que el ruido de la lluvia se oye por encima de lo que se dice en clase, de alguna manera totalmente incomprensible, todos permanecen atentos y estudiando como si ese ruido no existiera.

Mientras observo a los pequeños jugando y corriendo y me doy cuenta de que siempre están atentos y son cariñosos con los niños que tienen discapacidades físicas. Más tarde paso por la enfermería y escucho las historias de las familias que comparten cualquier tema con la trabajadora social o la psicóloga. La sonrisa es constante y nadie parece mostrar el sufrimiento por el que está pasando, porque saben que estar vivo y tener esta ayuda es el mejor regalo que pueden tener.

Fue entonces cuando me di cuenta de que la ayuda del Centro Munti va mucho más allá de los niños, más allá de las paredes que lo rodean. Khanimambo es una comunidad de niños, padres, madres, tíos, abuelas, vecinos, primos y amigos. Cada día, en el trayecto entre la casa de los voluntarios y el Centro Munti me cruzaba al menos con cincuenta personas y siempre nos dábamos los buenos días. Con el paso de los días, ello se daban cuanta de que yo estaba allí porque formaba parte de Khanimambo y entonces poco a poco iba notando en sus miradas como su cercanía y agradecimiento era cada vez mayor.

Siento una tremenda responsabilidad ahora que he vuelto a Portugal y no voy a defraudarles. Cuentan conmigo y con todos. Sé que gracias a este compromiso tendrán la oportunidad de tener una educación, un trabajo, ser independientes, ayudar a sus familias y un día incluso ayudar a otros niños de Khanimambo como ya está ocurriendo.

En la oficina, me encuentro con tía Ivone, siempre dispuesta a darme un cálido abrazo y atenta a toda la educación, materiales necesarios para los chicos, calendarios de los mentores, horarios de los niños. Sin ella, el Programa de Educación no sería posible.

Frente a ella está tía Minulva, siempre dispuesta a ayudar a cada niño que llega y a gestionar todas las tareas varias que tiene. Las dos son mujeres de acero, con una increíble fuerza interior y la suficiente determinación para cambiar lo pequeño. ¡Un verdadero ejemplo de la mujer mozambiqueña!

Allí entre las dos y muy tranquilo, ni siquiera nos dimos cuenta de la presencia del Tío Ananías. El es el responsable de la contabilidad y de la organización de los pre y xipfundos. Tranquilo, organizado, sonriendo con timidez y poco a poco abriéndose más. Qué Ananías ocupe este puesto es uno de los éxitos de Khanimambo, ya que el es uno de los primeros ahijados de la fundación.

En la otra sala me encuentro con Alexia, que cada día comparte más historias de las familias Khanimambo, de cómo empezó todo, y entre todas estas historias siento la vitalidad de su voz. Toda ella es Khanimambo, el amor que tiene por cada empleado, por cada niña y niño, miembro de la familia, en definitiva por toda la comunidad, esto es algo que no he visto en nadie más. Vive y vibra con Khanimambo. Una verdadera fuerza de la naturaleza, que nunca acepta un no, siempre a favor de esta Fundación. Lucha con todo lo que tiene por el bienestar de esta comunidad.

No nos podemos olvidar de tía Suely, siempre atenta a todo lo que necesita el Programa de Educación, nuestra pedagoga que trabaja en la biblioteca, muy bien organizada y que también necesita muchos libros de literatura en lengua portuguesa, para los que queráis aportar.

También tuve la oportunidad de visitar Humbi Farm unas cuantas veces, y siendo muy terrenal, encontré el paraíso allí. Cuanto más me hablaban de los proyectos futuros, más los imaginaba ya realizados, pero incluso con tanto por hacer, me sorprende todo lo que ya se ha hecho. Humbi Farm no sólo ayuda a sufragar los gastos de alimentación que forman parte del Programa de Nutrición, sino que crea aún más puestos de trabajo para la comunidad. Siguiendo los principios de la permacultura, cuando llegamos a Humbi Farm vemos lo que ya se ha hecho y todas las oportunidades que han tenido lugar. Ya podemos ver algunas estructuras de bioconstrucción. La tierra es fértil, no falta agua y la voluntad de trabajar es fuerte.

Tuve la suerte de participar en varios eventos durante mi corta estancia, como la fiesta de los jóvenes, un comedor transformado en discoteca, una decoración colorida y mesas llenas de comida estupenda. ¡Los jóvenes felices de poder interactuar, bailar y comer! Otra de las fiestas fue la de graduación de los niños y niñas que pasarán a Primaria. Me senté junto al director de una de las escuelas primarias de la zona. Compartimos nuestras experiencias de Khanimambo. Me dijo que siempre reconoce qué niños y niñas son de Khanimambo, por su presentación, salud, compromiso con la escuela y gratitud. Miró a los niños y niñas que se graduaban y se entusiasmó con la idea de tener a algunos de ellos en su escuela el año que viene. Sentí su orgullo por formar parte de esta familia.

Justo el día antes de mi despedida hubo otro evento, esta vez para las madres, padres y las abuelas de esta comunidad. Acababan de terminar su curso de alfabetización. Orgullosos compartieron las historias que habían escrito y la gratitud por haber tenido esta oportunidad. En todos los eventos nunca faltó la música y el baile.

Mi último día en el Centro Munti fue un día de trabajo duro. Ya lista para subir al coche de camino a Maputo, veo a la misma multitud que me recibió el primer día cantando y bailando. Esta vez se acercó aún más a mi corazón y no pude contener las lágrimas. El amor era mucho. Quería abrazar a cada uno de ellos muy fuerte para conseguir, de alguna manera, mantener dentro de mí ese sentimiento, esa gratitud, esas sonrisas. No quería despedirme, ¡no quería dejar ese lugar mágico! ¡Me fui con el corazón desbordado!

Ahora, en Portugal, comienza mi trabajo. Ya teníamos todo programado para dos eventos presenciales en Lisboa y Oporto, pero como estamos en aislamiento preventivo por llegar de África y tras la amenaza de la nueva variante de Covid. Aún así, estamos organizando algo divertido, ¡on line! En cuanto tengamos más detalles, los compartiremos. Todos JUNTOS haremos cosas bonitas desde Portugal.

¡Khanimambo!