Los niños crecen. La ayuda crece.

Les miro de lejos, un grupo de seis niños subidos en el escenario que tenemos en Khanimambo, presentando su exposición en grupo sobre la buena nutrición. Guapos, bien vestidos. Con la piel brillante  y sus cuerpos fuertes. Hacen esfuerzos por vocalizar, ser creativos y ganarse al público.

Con el sol de frente, subo la mano para hacer sombra y me tengo que contener las lágrimas. Irremediablemente me viene el recuerdo del día que mi madre me dejó en la puerta de la universidad por primera vez, y cómo lloraba.

Son lágrimas de emoción, de una madre al ver que sus hijos crecen. Estos seis niños llegaron a Khanimambo siendo muy pequeños. Tan delgados e inocentes. Mientras hablan, mis pensamientos vuelan al mismo escenario pero en otra época. Unos días donde la apuesta era ciega. Quería ayudar, pero no les conocía y el riesgo siempre era alto.

Khanimambo siempre ha tenido como punto de partida la búsqueda de un compromiso para iniciar la ayuda. La coherencia por encima de las emociones intensas que provocan las injusticias. Creemos en un modelo de trabajo cercano, y muy activo, con los niños y sus familias. Y viendo esos niños delante, siento una pequeña palmadita que me dan sin darse cuenta. Me siento orgullosa.

Creo que la mayoría de los niños en Khanimambo saben valorar la ayuda. Entienden que no está garantizada y que cada día cuenta. Y lo más importante, sienten que con esfuerzo consiguen superar muchas de las dificultades que les esperaban en su camino.

Los aplausos me despertaron de tanta emoción contenida. Gritos y aplausos para felicitar a seis niños. Yo les miro emocionada y, al guiñarles el ojo, deseo que su éxito de hoy sea sólo uno de muchos en su vida.