Ayer, 7 de septiembre, festivo en Mozambique por la celebración de los Acuerdos de Lusaka, recibimos una llamada de desesperación a las tres de la tarde. Chadia, hija de Paula, de cuatro años y ahijada de Khanimambo desde que nació, había desaparecido. Fue a pasar el día con su madrina a Inhamissa, una barrio muy alejado de Praia de Xai-Xai y, en un descuido, la niña ya no estaba ni en la casa ni el patio.
De golpe, un abanico de posibilidades se abrió ante nosotros. A cual peor. ¿Salió de casa por su propio pie? ¿Se habría ido a jugar con algún amigo que pasara por ahí? ¿Se cansó de estar en Inhamissa e intentaba volver a Praia donde vive su madre? ¿Alguien la podía haber llamado para que le siguiera? Los robos y secuestros de niños en Mozambique son una realidad por lo que no cabía descartar esa opción. Y aunque nadie se atreviera a mencionarlo abiertamente, muchos temíamos lo peor.
Los primeros pasos, todavía ayer por la tarde, consistieron en preguntar al vecindario si la habían visto salir de casa, su madre puso la denuncia a la policía, dimos aviso en la radio, preguntamos en los hospitales… Pero nada, Chadia no aparecía. La noche cayó como una losa encima de su familia y de todos los que conocíamos la situación en Khanimambo. Solo podíamos esperar a que amaneciera.
Hoy nos hemos levantado con fuerza, con voluntad firme de poner toda la carne en el asador. Lo primero ha sido llamar a las madres jefa de cada zona para convocar al máximo de madres de Khanimambo al Centro Munti. Y una vez en Khanimambo, hemos organizado el dispositivo de búsqueda.
Diez grupos, liderados por profesores, con personal de Khanimambo, madres y alumnos de secundaria nos hemos repartido el barrio de Inhamissa para peinarlo. Casa por casa. Otro grupo se encargaba de pegar carteles por toda la zona y, así, a las ocho de la mañana ya estábamos en marcha.
La organización ha empezado a dar frutos bien temprano. Primero informaciones confusas: «yo creo que la vi ayer andando sin rumbo» decía uno, «esta niña la han robado» decía una mujer agitando los brazos, «yo sé donde está pero no te puedo llevar» me dijo una niña de unos ocho años que tenia miedo de andar acompañada de un blanco. ¿Cómo? ¿No me puedes llevar? Está bien, no tengas miedo, dime donde es y ya voy yo, pero ayúdame! Le digo «Es en casa del Tío Fumador», me contesta.
En ese momento pasaba un motorista por ahí que se ha acercado interesado por el barullo que se había formado alrededor nuestro. «No te preocupes, yo te llevo a casa del Tío Fumador». Me he montado en la moto de un salto y así íbamos, siguiendo el primer rastro, cuando veo a Alexia pasar con el coche a toda velocidad y haciendo gestos de que la habían encontrado. Decido seguir mi pista por si la suya es falsa.
Después de dar algunos tumbos por el barrio y de preguntar en distintas barracas por la casa del famoso Tío Fumador (digo famoso porque todo el mundo parecía conocerle en el barrio) llegamos a una calle. Veo el coche de Alexia estacionado al fondo. A medida que nos acercamos me doy cuenta que estamos sobre el buen camino ya que hemos llegado al mismo sitio por dos lados distintos.
Y ahí está el Tío Fumador en el quintal, sacudiendo los brazos y alzando la voz. «La propaganda cuesta dinero» le suelta sin más a Alexia. «Trae la niña aquí, ahora mismo» contesta ella gritando también y con los ojos muy abiertos. El Tío Fumador me ve llegar y se acerca, me agarra del brazo acercándome a un cobertizo donde almacena algunos trastos que se parecen a un equipo de sonido. «Mira, yo soy el encargado de encontrar a los niños perdidos en este barrio, ¿ves estos altavoces? Los cuelgo en lo alto de la palmera y en 10 minutos todo el barrio sabe que hay un niño perdido. Yo trabajo para las iglesias, para la policía, para todos. Soy más eficaz que todos ellos juntos. Mi casa es un hogar de auxilio social, blablabla…» Si, ya me han dicho que eres muy famoso, le digo. Pero, ¿dónde está la niña? remato.
«La niña está de camino, dejaros de preocupar por la niña. Está bien» sigue él. En estas que van llegando algunos grupos de búsqueda que ya han sido avisados. El terreno del Tío Fumador se va llenando de ahijados y profesores de Khanimambo y él está cada vez más nervioso.
Después de una larga espera (unos 30 minutos eternos), llega una mujer cargando a Chadia en su espalda a la africana, o sea con su capulana. Es ella. Está despierta y aparenta buen estado de salud. Aunque no habla y tiene cara de asustada y un poco abatida. Alexia le da un fuerte abrazo e intenta tranquilizarla diciéndole que su madre la espera en Khanimambo.
Antes de irnos se nos acerca el Tío Fumador otra vez. De forma amenazadora me dice «Ahora solo os falta pagar» a lo que le contesto que muchas gracias por todo su esfuerzo pero que no le voy a dar ni un metical. Nosotros también tenemos nuestros gastos en logística y no le pediríamos nunca nada a Paula por encontrar a su hija. ¿Al final esto no es un hogar de auxilio social? insisto ¿es un negocio de niños desaparecidos lo que tienes aquí?
Él se aleja maldiciéndome, visiblemente ofendido y contrariado. La mujer que ha traído a Chadia nos dice que tenemos que pagarle al Tío Fumador 2.000 meticales (unos 25€), casi la mitad de un sueldo mínimo en Mozambique, por los servicios. Alexia y yo decidimos entregar 500 meticales a la mujer que ha traído a la niña como muestra de agradecimiento y por los gastos y molestias que le haya podido ocasionar (básicamente la cena y desayuno) la estancia de Chadia en su casa. Más tarde nos enteraríamos que de los 500 meticales, esta mujer le ha entregado 400 al Tío Fumador quedándose ella solo con 100.
Chadia finalmente se reúne con Paula y su familia en Khanimambo. Se respira felicidad, hay lágrimas de emoción, aplausos, cánticos y abrazos y todos lo celebramos. Pero a decir verdad, me quedo con muy mal sabor de la escena vivida en casa del tal Tío Fumador. Tengo la sensación de que hay algo que no encaja y, más allá de mostrar cierta habilidad oportunista ante dos blancos que buscan desesperadamente una niña, cosa que puedo llegar a entender, hay algo que huele mal y que identifico como cierta normalidad, un tufillo a hábito, a un proceder ya muy instaurado y calculado para no dejar rastro. Intuyo que seguramente no sea la primera ni la última vez que este señor actúa de este modo con las desapariciones. ¿Hasta donde llega el oportunismo? ¿Puede estar también involucrado en la desaparición? Todo el mundo nos ha llevado a su casa y no hemos tardado ni dos horas en encontrar a Chadia. ¿Un golpe de suerte? No sé, el tiempo lo dirá y entretanto solo deseo no tener que tratar nunca más con este hombre.