En junio de 2009, una madrina de Khanimambo recibía un informe de su ahijado en el que le contábamos que Ernesto pesaba ya 50 kilos, y que su desarrollo después de un año en Khanimambo iba bien a pesar de estar en una etapa tan difícil como es la adolescencia.
Ya tenía claro por entonces que se quería dedicar a algo relacionado con los animales, veterinario nos decía después de descubrir todo lo que podría ayudar a diferentes tipos de animales y a su madrina esto le gustó mucho. Tanto que unos meses después, vino a conocerle en persona y se pudieron abrazar. Hoy no se me quita de la cabeza ese encuentro.
Ernesto era alto, y tenía una sonrisa dulce y contagiosa. Llegó a Khanimambo en un momento difícil, ya que su padre se estaba muriendo de SIDA y en poco tiempo él y sus hermanos se quedarían huérfanos. Me pidió que cuidara de sus hijos, y así los tres hermanos pasaron a formar parte de una familia que hoy llora la trágica ausencia que nos ha dejado nuestro mano Ernesto.
No es fácil ver cómo los sueños tan bonitos que hemos tenido con alguien se acaban de golpe, pero es tremendamente duro cuando esos sueños eran los de un joven bueno, y con muchas ganas de vivir. Alguien que supo levantar la cabeza y perdonar a la vida que con 14 años se quedara sin mamá y sin papá.
Ernesto se comía el mundo con su bondad, hoy todos lo comentábamos mientras llorábamos abrazados. Era bueno, y ya está. No hay más que decir de él porque todas sus otras cualidades, se tapaban con la enorme muestra de bondad que nos daba Ernesto a todos nosotros.
Hoy lloramos su perdida, lloramos todos juntos porque es triste perder a uno de los nuestros. Sigue siendo tremendamente difícil e injusto despedir a un niño. El alma duele como nunca… y no existe consuelo.
Seguirá su foto en nuestro mural de bienvenida en el centro de Xai-Xai, seguirá su recuerdo de buen atleta en nuestras olimpiadas y seguirá su bondad en todos a los que nos enseñó cómo confiar en que a la vida no se le puede tener rencor, a pesar de estos golpes tan, tan duros.