«LO IMPORTANTE ES ESTAR SIEMPRE DISPUESTO»
Invito a Antonio a conversar un rato. Es domingo y nuestro centro respira una tranquilidad inusual e impensable durante el resto de la semana. Al lado de la puerta principal se amontona todo el material para empezar mañana con otra casa del Proyecto Xichungua. Antonio, el maestro constructor de nuestras casas, trabaja con nosotros regularmente y es de los pocos padres de Khanimambo que participa activamente en los proyectos.
Vive con Ana con quien ha traído al mundo a cinco hijos. Después de veinte años juntos, todavía no se han casado por falta de medios, pero esperan poder hacerlo algún día. Antonio es una excepción dentro de la norma masculina de la comunidad. Trabajador como pocos, responsable de todos sus hijos. Solo ha querido y quiere a una mujer a la que asegura nunca haberle faltado el respeto.
Buenas tardes, señor Antonio.
Boa tarde, senhor Mucunha.
¿De dónde sale un hombre responsable como tú? En Praia de Xai-Xai no abundan.
Nací en Charre, distrito de Mutarare, en la provincia norteña de Tete, en 1960. Tengo muy buenos recuerdos de mi infancia. Estudiaba mucho en la escuela y en vacaciones cruzábamos la frontera para ir a visitar a mi hermano en Malawi. Nos gustaba ir allí porque todo estaba más barato y en general se vivía mejor que en Mozambique en aquella época.
¿De qué vivíais entonces?
Mis padres trabajaban el campo y yo les ayudaba cuando no estaba estudiando. En Charre había muy buen ambiente, aprendí a tocar el batuque y la timbila. De vez en cuando nos juntábamos a las siete de la tarde y pasábamos la noche cantando canciones y bailando hasta el amanecer. Todo iba bien hasta que empezó la guerra.
La guerra de la independencia…
No, esta ni la viví casi y si lo hice no me acuerdo, era muy pequeño todavía. Me refiero a la Guerra Civil que empezó en 1977. Cierto día llegó la RENAMO al pueblo. La guerrilla buscaba comida y reclutas. Y me llevaron por la fuerza con todos los animales de la casa. Estuve un día secuestrado en su cuartel con otros chavales del pueblo. Yo era poca cosa, pensaron que era demasiado joven y me soltaron.
Tuviste suerte.
Sí. Hasta que en 1984 fue el FRELIMO quien llamó a mi puerta. Estaba durmiendo, nos despertaron a media noche y me hicieron salir de casa con lo puesto. Sin más. Unos cuantos jóvenes de la aldea entramos en un camión y nos llevaron hasta Maputo. No había otra opción. No he vuelto a Charre desde entonces.
¿No vas a volver?
Mis padres murieron, la familia se desperdigó y yo ya tengo mis propias responsabilidades en Xai-Xai. Quizás algún día junte algún dinero y me plante allí. Me gustaría.
Seguimos… Llegas a Maputo.
Sí, entrenamos durante seis meses y después de este tiempo entramos en combate en Catembe, justo al otro lado de la bahía de Maputo. Durante un año estuvimos combatiendo ahí. También en Naamacha y en Goba controlando la frontera de Suazilandia.
¿Qué recuerdos tienes de esta época?
Ninguno bueno, salvo los compañeros. Los métodos de guerra eran crueles en los dos bandos y normalmente no había piedad con el adversario. Lo que más me afectaba era cuando capturábamos a alguien del otro bando. Les obligabamos a andar con la tropa cargados con sacos y las cosas más pesadas. Hasta que caían extenuados. Entonces, si no podían continuar, se les mataba en el mismo camino y otro cogía el relevo de la carga. Después de un año de combate todo mejoró cuando volvimos a Maputo.
Pero la guerra continuaba.
Sí, pero en Maputo solo me dedicaba a reclutar jóvenes. Me tocó hacer lo mismo que habían hecho conmigo dos años antes. Lo bueno es que no era todos los días y cuando librábamos aprovechábamos para ir a los barrios periféricos a casa de las familias de algunos amigos que nos recibían con los brazos abiertos y pasábamos la tarde comiendo, bebiendo y conversando. Estuve dos años así. Para mí había terminado la guerra.
¿Qué pasó después?
En 1988 me destinaron a Xai-Xai. Me convertí en el guardaespaldas de un importante comandante. Le protegí durante dos años y en 1990 me liberaron de prestar servicio. Este general ahora es un muy buen amigo. En 1992 terminó la guerra. Conocí a Ana y enseguida fuimos a vivir juntos al mismo terreno que tenemos ahora. Tuvimos un primer hijo que murió antes de cumplir un año pero en 1998 nació Manuel, le siguieron Antonio, Ivanora y, recientemente, Vasco Jaime.
¿Cómo es la vida en Xai-Xai?
No es fácil. Cada día está todo más caro y cuesta más encontrar trabajo. Desde que estoy aquí he trabajado de cocinero, en la construcción, de guarda en la Cruz Roja, cosiendo ropa, cortando cañizo y muchas otras cosas que salen esporádicamente. Lo importante es estar siempre dispuesto.
Y ser insistente…
(Risas) ¡Sí! Es verdad. En Khanimambo no estaría si no fuera por mi insistencia. Perseguí a Tía Alexia desde el principio para que aceptara a mis hijos en el proyecto. Más tarde empecé a trabajar con la construcción de casas para el Proyecto Xichungua.
¿Eres feliz, Antonio?
Me gustaría ganar más dinero. Estoy construyendo la primera casa de ladrillos para mi familia y los materiales son caros. Pero sí, soy muy feliz ya que mis hijos tienen oportunidades que yo no tuve y, además, me lo paso bien visitando a la familia de mi mujer en Chongoene. Somos muy bien recibidos allí y cuando vamos, matamos un cabrito y nos lo comemos. No puedo pedir más.