Entrada escrita por Inés Mena, madrina y voluntaria en la Fundación Khanimambo
Después de leer durante años Xai-Xai a través de una pantalla, por fin pude ver el cartel que anunciaba nuestra entrada en esta ciudad. A la mañana siguiente, tras subir una cuesta que tiene como banda sonora las risas de los niños y niñas, entrar en Khanimambo fue un sueño; un sueño muy real. Desde el primer momento tanto niños/as como personas adultas nos acogieron con los brazos abiertos y nos hicieron sentir parte de esta gran familia. El sonido del centro Munti es mágico porque se escuchan risas y canciones en cada rincón y conversaciones de personas de todas las edades compartiendo aprendizajes, experiencias, culturas y sueños.
Desde que decidí formarme como maestra, me ha acompañado un proverbio africano: “para educar a un niño/a hace falta la tribu entera”. Durante mi estancia en Mozambique he comprendido más que nunca su significado y reiterado su importancia. La tribu entera está en la Fundación Khanimambo, sí, a la sombra de su majestuosa mafureira. La coordinación que existe entre el equipo que trabaja aquí, su respeto y cariño mutuo, su empeño por mejorar cada día y por cuidar cada detalle, es indescriptible. El personal de Khanimambo se reúne constantemente cada semana para tratar diversos temas: educación, salud, nutrición, funcionamiento general del centro, proyectos, acontecimientos, problemas y mejoras y, sobre todo, para dar una atención individualizada a cada niño y a cada niña. En este equipo se abraza, se anima, se felicita, se agradece y ¡se canta mucho!; y este amor y esta energía se contagian diariamente a todos los niños y niñas que se refugian en Khanimambo y se transmite a las familias. Por eso, para educar a un niño/a hace falta la tribu entera, porque los y las trabajadores del centro Munti colaboran para mejorar la vida de cada pequeño/a en particular y la sociedad mozambiqueña en general. Esto es lo que vives cuando vienes de voluntaria a Khanimambo, esto es lo que vives cada día al volver a casa acompañada de saltos, carreras, canciones, historias de vida, preguntas y reflexiones. En ese momento percibes con claridad que el centro Munti abarca mucho más allá del recinto que delimitan sus paredes porque, en esos paseos, tanto dentro como fuera, es cuando escuchas a las niñas pidiendo respeto para sí mismas y demostrando que son capaces de todo, a los niños colaborando en las tareas del hogar, a niños y niñas dialogando para solucionar los problemas y dejando a un lado la violencia, hablando con honestidad, expresando su opinión, explicándote lo que han aprendido y haciendo preguntas para saber un poco más. Ves a personas de todas las edades que te cuentan un bonito plan de vida cargado de ilusión, de sueños y de esfuerzo para que se haga realidad. Ves a niños y niñas siendo precisamente eso, lo más importante: niños y niñas disfrutando de su infancia.
Por esto, si tuviera que definir lo vivido en Khanimambo este mes, escogería la palabra admiración. Admiración es la manera en la que los tíos y tías miran a las niñas y niños a quienes enseñan, cuidan y alimentan. Admiración es lo que mis ojos reflejan cada mañana al atravesar la puerta del centro Munti y lo que se dibuja en mi sonrisa al volver la vista atrás para cerrar el día. Admiración por el empeño de tío Casimiro para que sus alumnos/as aprendan jugando y cantando, por el esfuerzo de tía Isabel, quien dedica sus noches al estudio para poder enseñar más en sus clases, por el cuidado con el que tía Amância explica cada actividad en los primeros cursos, por el ritmo que tía Rosa contagia, por la manera en la que tío Hidalio fomenta la igualdad a través del deporte, por el entusiasmo con el que tío Manuel, tío Silva y tío Salviano consiguen enganchar en sus asignaturas a los y las adolescentes. Por las canciones y los cuentos de tía Lina, tía Nomssa y tía Paula que hechizan a los más pequeños/as, por las ideas y consejos que tío Rildo comparte en las reuniones matutinas y por la rigurosidad y conocimiento de tía Ivone, quien se asegura de que cada alumna/o progrese. Por el cuidado con el que tía Sandra cura todos los males y por su sed de aprendizaje, por la ayuda imprescindible de tía Angélica en la enfermería. Admiración por el trabajo de las madres Hortensia, Celina, Atalia y Lucía que preparan con tanto esmero y cariño la comida para cuatrocientas personas (¡y por ese pan tan rico que permite empezar con buena energía la mañana!) y por tía Guida, quien supervisa la preparación de una comida sana y equilibrada y siempre tiene una sonrisa para todas las personas que pasan por la cocina. Por la capacidad de tía Fátima para controlar todo lo que ocurre alrededor y tener siempre la contestación a tus preguntas. Admiración por los bon dia de tío Adelino controlando que todas lleguen a la hora y por la seguridad que él, Arlindo, Orlando y Eduardo te hacen sentir. Por la labor de tío Mondlane, quien conduce la chapa escolar para que todas las personas lleguen a tiempo y de buen humor. Admiración por tío Manuel que se asegura de que cada alumna/o esté en su grupo y que prepara el salón verde para tener un espacio agradable en el que comer. Por mana Adelaide y mano Adérito, quienes siempre están dispuestos a ayudar y a dedicarte un gesto de cariño. Admiración por tía Minulva que hace una labor fundamental en la administración y por el trabajo de tía Blanca coordinando dos países lejanos y respondiendo con tanta amabilidad las dudas de todas/os las madrinas y padrinos. Por la creatividad de tío Eric, que consigue que la energía y el amor que se respira en Khanimambo llegue hasta nuestras casas a miles de kilómetros de Mozambique, y por la fuerza, la valentía y el cariño de tía Alexia, de quien es muy fácil percibir su mirada cargada de emoción y fascinación por todo lo que sucede rodeando su ventana. Admiración por el compromiso de las familias y, sobre todo, admiración por el esfuerzo, la superación, la fuerza, el amor y la alegría de todos los niños y niñas que conviven diariamente en Khanimambo porque cada uno/a de ellos/as es especial.
Nuestro mes aquí ha pasado muy rápido y ahora marcho del centro Munti sin dejar de abrazar, de mirar a las personas a los ojos y de admirar, de aprender, de ilusionarme y de reflexionar, sintiendo que parte de esa energía me va a acompañar siempre y deseando haber dejado aquí parte de la mía. Me marcho tocando sus paredes repletas de recuerdos, de secretos, de ilusiones, de aventuras y desventuras, de resiliencia, de amor y de sueños… Me marcho bailando y riendo y sabiendo que volveré porque ahora este también es mi hogar. El centro Munti es un lugar en el que aprender a encontrarse uno/a mismo/a, en el que aprender a SER y a ESTAR. No es una escuela, pero ojalá todas las escuelas del mundo tuvieran su Khanimambo porque Khanimambo invita a soñar de una manera muy real. Y, no se lo cuentes a nadie, pero una vez que tus sueños comienzan a tejerse a la sombra de una mafureira, ya nada vuelve a ser igual…
Y tú, ¿te animas a soñar?