Inauguramos la sección de Somos Khanimambo, con una entrevista a una de las heroínas de nuestra Fundación. Fátima tiene 33 años, 5 hijos vivos y una en su recuerdo diario. Es una madre luchadora que brilla por su sentido del humor y su incansable espíritu de sacrificio. No se rinde y cuando suspira, todos la oímos desde lejos.
Lleva en Khanimambo desde el año 2009, y juntos hemos pasado de todo: El incendio de su casa con su hija Anelia dormida dentro, a la que salvó Julio, otro hijo. El parto de sus gemelos: Melita y Antonio, el fallecimiento de su hija Ana Paula al caerse de un árbol, la inauguración su nueva casa construida a través del proyecto Xichungua, el accidente de tráfico que dejó a su madre sin piernas, numerosos viajes a Maputo en busca de frutas a bajo precio. Pero todo esto son sólo algunos de los recuerdos que nuestra amistad nos ha permitido vivir junto a ella. Queremos conocerla más, saber de dónde viene para entender y admirar aún más esta fuerza africana de la que aprendemos y con la que nos reímos a diario.
– Fátima, ¿Quién te trajo aquí?
– Una mujer luchadora, diría que moderna para el tiempo que vivió. Sabia, y extremadamente responsable con sus hijos. Nos lo enseñó todo. Nunca suspendí en el colegio porque ella me dejó claro que estudiar era un privilegio que debía aprovechar ya que no podría acabar los estudios de secundaria por falta de dinero en casa, así que aproveché lo máximo de primaria. Mi madre siempre ha estado a mi lado, y cuando yo me he desviado del camino, ella fue la que me volvía a poner en mi sitio. Tuve 7 hijos, y todos lloramos su pérdida estos días.
– A mi padre lo mataron en la guerra, delante de nosotros, lo cortaron en trozos.
– ¿Cuál es el primer recuerdo de tu infancia?
– El 25 de septiembre (Fiesta Nacional: día de la independencia) siempre fue el mejor día del año, comíamos arroz, mientras que durante el resto del año comíamos sólo Shima a diario. No jugaba mucho, empecé a trabajar muy pequeñita. Cortaba carbón, recogía cañizo y paja. Lo vendía todo y al día siguiente vuelta a empezar. Creo que tenía 8 años cuando empecé a trabajar, hasta hoy. Sin descanso ni vacaciones, incluso durante la guerra.
– ¿Qué recuerdas de la guerra?
– La guerra fue horrible, vi la guerra, y sufrí mucho. Pero ver la guerra no es lo mismo que estar en ella, las personas que tuvieron que estar luchando, esas nunca se han recuperado del todo. Vi la guerra, y me costó entenderla y no quiero que mis hijos pasen por eso. Por eso luchamos por un Mozambique sin guerra. La guerra no sirve de nada y las personas sufren mucho. Mataban a personas, las cortaban en trozos y lo dejaban en mitad de la carretera, pegaban mucho a los niños y robaban comida. Nosotros nos escondimos más de una vez y yo sentía que nos iban a matar. Una vez escondidos, le pregunté a mi madre si querían matarnos, y mi madre me respondió que no, pero que nos esconderíamos hasta que se fuesen. Mis hermanos y yo superamos la guerra porque mi madre se mantuvo tranquila.
– Y cuándo acabó, ¿cuál es tu primera imagen?
– Nos enteramos por la radio, creo que nunca he sentido una felicidad tan grande como ese día.
– ¿Estudiar siempre fue una suerte?
– Sí, tenía que vender carbón para conseguir ir al colegio, comprar cuadernos y lápices. No fuimos muchas mujeres en aquella época, pero mi madre me insistía en que aprendiese lo básico. Ella nunca supo escribir. A mí me ha servido para mis ventas. Ahora vendo fruta y tengo mi clientela. Por eso, mi obsesión es que mis hijos estudien hasta acabar, no quiero que se queden a medias como yo, haré lo que haga falta pero mis hijos acabarán sus estudios. Me muero de orgullo cuando les veo limpios, yendo al colegio.
– Has tenido todo tipo de partos: desde en un coche donde nació tu primera hija, hasta el parto casero de los gemelos, los últimos en llegar. Cuál fue el más difícil.
– En el primer parto, no sabía qué tenía que hacer, y recuerdo que me reí cuando mi madre me decía, lo estás haciendo mal. Pero después lo conseguí. He tenido un hijo en el hospital, el resto en casa. En el parto de Melita y Antonio, algo fue mal. Y perdí muchísima sangre, era de madrugada, ¿te acuerdas? Y nos fuimos al hospital juntas. Quería ponerle a la niña Alexia pero me dijiste que no, que debía ponerle Melita que era el nombre de mi madre. No quiero tener más hijos, cuando murió Ana Paula, sufrí mucho. Aún hoy sufro su ausencia. Tenía tanta vida.
– ¿Te has sentido impotente?
– Después de lo de Ana Paula, que murió al caer de un árbol, lo peor que me ha pasado a mí, fue ver cómo ardía mi casa. Ese día mi corazón se rompió. Se quemó todo, hasta el último recuerdo. Eso fue algo que debía haber evitado. Pero ocurrió. Después de haber trabajado tantos años para construir esa casa, me sentí sin fuerzas para comenzar de nuevo. Ahí sentí de nuevo esta fuerza de Khanimambo, ¿quién me lo iba a decir a mi…?
– ¿Y cómo te ves ahora Fátima?
– Con la cara más vieja. El sufrimiento ha sido grande y me veo vieja pronto. Tengo mucho trabajo y por ahora no puedo parar. El día que lo haga, espero que mis hijos me cuiden bien.