Querido Ernesto,
No se me ocurre otra forma de escribir sobre ti que una carta pública en el día que te despides de Mozambique rumbo a una oportunidad que quizás te permita abrir una puerta hacia una vida mejor.
Buscando en el baúl de los recuerdos, he encontrado la primera foto que te hice (la que encabeza esta entrada), y no necesito volar muy lejos en mi memoria para recordar todo de aquellos días.
Hace nueve años no querías confiar en mí. No podías permitirte el lujo de entregarte a alguien que te pudiera fallar. Eras el perfecto y entrañable niño de la calle: sabio, suspicaz y desafiante. Sobre nada dejabas que la vida te sorprendiera… Tu piel sufrida y manos preparadas para la supervivencia máxima, talento abierto a cualquier oportunidad que se presentase. Tu madre se fue demasiado pronto, y eso te convirtió de golpe en el hombre que eres.
Nadie me cree cuando hago de abuelita y recuerdo lo agrio de tu carácter al entrar en Khanimambo, tu negativa a recuperar la infancia perdida. Los juegos para tí eran cosa de peques porque tú ya habías crecido, aunque solo tuvieras 13 años. Hace nueve años no podías ni soñar con que tu vida cambiaría tanto hasta el día de hoy que te subes a un avión rumbo a España, para estudiar en Toledo.
En este tiempo has aprendido mucho. Te has curtido, pero de otra manera. Has hecho un ejercicio digno de ver cuando has aprendido a confiar en otras personas en la vida. Cuando has sabido rectificar al equivocarte en tus relaciones personales, o cuando has abierto tu corazón para aceptar la diversidad que tanto puede enriquecerte. Has conseguido mirar a la religión con perspectiva, a los extranjeros con mucho más respeto que otros de tus vecinos, a la lectura como un aliado, a los profesores como seres humanos, y a las oportunidades como desafíos que se ganan con tiempo y perseverancia y no a golpe de suerte.
Comparto hoy con todo el mundo mi admiración por tus progresos, no llega hasta aquí cualquier ahijado de Khanimambo. El camino ha sido exigente y largo y lo has conseguido. ¡Enhorabuena!
Comparto el amor que me une a ti como tu segunda madre y que ha crecido en estos nueve años de convivencia cercana llena de aprendizaje conjunto. Gracias Ernesto.
Y comparto mi ilusión para que la vida sea generosa contigo, para que en esta experiencia puedas conocer y enriquecerte con personas, de cultura, de momentos, paisajes, colores, comida; y de lo más importante, de conocimiento.
Ernesto, no podemos cambiar el dolor de la pobreza, de la orfandad, de las injusticias. Es muy grande. Pero podemos intentar minimizarlo al estar al lado de personas que, como tú, sueñan con una vida mejor. No olvides que a tu lado tienes grandes amigos que son tu familia de aquí y de allí.
Mi querido, ha llegado tu momento, disfrútalo, aprovéchalo, siéntelo, aprende mucho, da y recibe con nuestra palabra favorita «khanimambo» y… cuando estés preparado para volver, te esperamos con los brazos abiertos orgullosos de quien eres.
Buen viaje, ¡a volar!