[:es]

Nuestro amigo Sergio ha estado con nosotros en Xai-Xai durante el curso de verano y además de trabajar y pasarlo bien con todos nosotr@s ha estado escribiendo su experiencia con Khanimambo en este Blog. Os animamos a seguirle en su vuelta al mundo.

Mientras tanto os dejamos con esta entrada suya que nos ha llegado al corazón. ¡Khanimambo Sergio!

Fuente: http://www.rozalen.eu/2012/11/ellos.html por Sergio Rozalén

Blog - Fundación KhanimamboLa madre de Rael murió unos días después de dar a luz. A pesar de las complicaciones de un parto de sietemesina, la mujer se negó a ir al hospital y dejó huérfanos a dos hijos: Rael, con días de vida y escasas oportunidades de sobrevivir, y Chico, cinco años mayor que su hermana y al que se le borró, me cuentan, la sonrisa de la cara. Rael, “milagro” en changana, el dialecto local, no era aceptada por su abuela, la única familia que tenía aparte de su hermano Chico que la niña tiene en este mundo. La madre de su madre no quería ni podía aceptar en su casa a la culpable de la muerte de su hija, a la niña cuyo nacimiento antes de tiempo había originado esta pérdida. Quizá pensó también que Rael no sobreviviría, como es habitual en las zonas rurales de Mozambique. Aquí la costumbre de no poner nombre a los hijos hasta que cumplen un año o más de vida sigue vigente. Sea por la falta de acuerdo entre las dos familias, sea por miedo a poner un nombre, encariñarse y luego perder al hijo en un país con mortalidad infantil tan elevada, el caso es que mis amigos doctores de Manhiça me cuentan la gran cantidad de innominados (sin nombre) que llegan a sus consultas. Pero Rael sobrevivió, Khanimambo la acogió, Alexia Vieira le dio el biberón y, tras mucho esfuerzo, convenció a la abuela Filomena de que la adoptara. Hoy Rael, la niña milagro, su “dulce sueño africano” es un imán para todo aquel que se acerca a Khanimambo: es regordeta, achuchable, sonriente y se tira en plancha a mis piernas cada mañana, cuando llego a la Escolinha y su equipo del Curso de Verano es el primero que me encuentro, practicando bailes y canciones nuevas cada día. No soy original cuando digo que su historia es, quizá, la más “Khanimambo” de todas la de los niños aquí.

Blog - Fundación KhanimamboSu hermano Chico pasó por su calvario particular. Despreciado por su abuela, el joven huérfano se enfadó con el mundo, se acostumbró a desaparecer durante días enteros, se desentendió de la higiene y de la escuela y se aisló en su propio planeta negándose a comunicar con su alrededor. Chico cambió de familia, volvió a cambiar, se acercó a Khanimambo, se alejó y volvió de nuevo para empezar, al fin, a tener un comportamiento cercano a ejemplar. Chico no es de los que regalan abrazos sin más, antes parece que te estudia, te analiza, se piensa si te concede un poco de su confianza. Me parece más maduro que muchos chicos de su edad aquí pero, en el fondo, sigue siendo un niño de 9 años que, enfundado en su camiseta de Soziedad Alkohólica (que habrá llegado fruto de alguna donación a Khanimambo) se marca un baile delante de todos nosotros para llevarse el premio diario de los desfiles en este curso de verano.

Daisy y Andrisse son primos, tienen 7 y 6 años respectivamente, y son “los vecinos”. El patio de su casa es también el patio de la Escolinha de Khanimambo y siempre están con nosotros. Cuando llegan los niños por la mañana, ellos ya están aquí. Cuando todos marchan a sus casas, ellos se quedan, jugando con los neumáticos, construyendo casitas en la arena o practicando con el tirachinas. Daisy quizá tenga la sonrisa más pícara de Khanimambo y ahora luce unas trenzas fijadas con plásticos de todos los colores. Andrisse, que intenta ganar tu amistad besando tu mano y que a veces exagera la cara de pena para conseguir lo que quiere, siempre está listo para jugar lo que sea, aunque no lo entienda bien. Su paso por las clases de teatro que algunos días he tenido con los niños ha sido caótico y desternillante. Sus imitaciones de gallina o mono cuando tocaba imitar animales de mar dejó estupefactos al profe de teatro y al resto de los alumnos de la clase.

Blog - Fundación KhanimamboErica vive con su abuela, dos hermanos y dos primos más. El día que llegué a Khanimambo, Erica andaba torpemente aguantando la lágrima hasta que se tumbó en el sofá de la Escolinha. Estaba enferma de malaria. Recuerdo aquella primera tarde en la que Eric y yo llevamos a Erica a su casa y la pedimos a su hermano mayor, Ribaldo, de trece años, que ese día ayudara especialmente a su abuela, la señora Olivia, a la que es normal que a veces se le haga muy cuesta arriba hacerse cargo de cinco niños huérfanos Erica ha tardado casi dos semanas en mostrárseme sonriente y activa, y es que sobre los efectos de la malaria ya escribí ayer.

Y por aquí anda Scarla, que cada mediodía se enfada a la hora de los desfiles porque su equipo nunca gana, pero al día siguiente se le olvida que tiene que cantar más alto y con más ganas para lograr la bolsa de caramelos que se entrega al equipo vencedor. Y Simiâo, que cada mañana temprano reparte los petos de colores, forma los equipos de fútbol y los dirige a golpe de silbato. Y Dercia, Elton, Dionisia u Horculano, cada uno con su propia historia personal, su vida en absoluto cercana a lo que en Europa calificaríamos como fácil y su lugar para dormir en algún lugar del interior del mato. Todos ellos, hasta casi 200, son los niños de Khanimambo, a los que la inexistencia de la Fundación habría condenado a muchos de ellos a dejar la escuela, nunca hubieran llegado a la secundaria (que requiere un poco de dinero diario para pagar el autobús hasta la ciudad), carecer de una nueva familia tras la pérdida de la suya o, simplemente, seguir vivos.

Blog - Fundación KhanimamboY finalmente, Adelaide, de nueve años. Una de las más altas para su edad, de pelo casi rapado y ojos grandes y vivos. Adelaide es sordomuda, nació así y la educación pública de Mozambique nunca le pudo enseñar el lenguaje de signos ni matricularla en un centro de educación especial. Como los demás niños, va a la escuela normal, asiste a las clases y saca buenas notas. Es tremendamente inteligente. Me atrevería a decir que la más espabilada de cuantos niños veo jugar en la Escolinha. Y tiene carácter, mucho. A veces hasta mal genio. No le gusta perder a ningún juego, e incluso alguna vez la he sorprendido haciéndome trampas en el juego de las piedras, en el que mientras se lanza una piedra al aire hay que manejar con la misma mano el resto de piedrecitas y moverlas de un lugar a otro de la arena. Se comunica con todos sus compañeros, por señas o emitiendo algún sonido que aquí ya todos hemos aprendido a descifrar, y está tan integrada en el mundo Khanimambo que a veces se me olvida que Adelaide no puede oírme y le pregunto a viva voz cómo está o si jugamos a Ninja, juego el que ella es también la mejor. Supongo que es inevitable tener un niño, niña en este caso, favorito. ¿Cómo no hacerlo?

[:en]Our friend Sergio has stayed with us in Xai-Xai during the summer season and besides working and having fun with all of us, he has been writing his experience with Khanimambo in this Blog. We encourage you to follow him on his world tour.

Meanwhile we leave you with this post of him, that went right to our hearts ¡Khanimambo Sergio!

Source: http://www.rozalen.eu/2012/11/ellos.html by Sergio Rozalén

Rael’s mother died a few days after giving birth. Despite the complications of a two month premature childbirth, the woman refused to go to the hospital and left two orphaned children: Rael, with few days of life and less chances of survival, and Chico, five years older than his sister , whose smile, they tell me, was wiped of his face. Rael, “milagro” en changana,, the local dialect, was not accepted by his grandmother, the only family she had besides his brother Chico , in this world. The mother of his mother did not want or could accept the culprit for the death of her daughter, the girl whose premature birth had caused this loss. Perhaps she also thought that Rael would not survive, as is common in rural areas of Mozambique. Here the custom of not naming the children until they are a year or more old, continues. Whether by the lack of agreement between the two families, or for fear of putting a name, become attached and then lose the child in a country with such high infant mortality, the fact is that the doctors of Manhiça, friends of mine, tell me of the many unnamed (The unnamed) who come to their queries. But Rael survived, Khanimambo took her in, Alexia Vieira gave her the bottle and, after much effort, she persuaded Grandma Filomena to adopt her. Today Rael, the miracle girl, her «sweet African Dream» is a magnet for anyone who approaches Khanimambo: she is chubby, cuddly, smiling and she dives for my legs every morning when I get to the Escolinha and her Summer School team is the first sight I see, dancing and practicing new songs every day. I’m not original when I say that her story is perhaps the most «Khanimambo» of all of the childrens’ stories here.

His brother Chico went through his particular ordeal. Spurned by his grandmother, the young orphan was angry with the world, he got used to disappear for days, he stopped short of hygiene and school and isolated in his own world, refusing to communicate with his surroundings. Chico changed family, changed again, approached Khanimambo, walked away and turned back to begin at last having a nearly exemplary behavior. Chico is not an easy hugger, rather you think he is studying you , analyzing you , and considering if you deserve a little confidence. I feel he is more mature than many kids his age here but, at heart, still a child of 9 years, wearing his Soziedad Alkohólica t-shirt (which will come the result of a donation to Khanimambo) performs a dance before all of us to win the daily prize of parades in this summer course.

Daisy and Andrisse are cousins, seven and six years old respectively, and they are » the neighbors». Their backyard is also the playground of Khanimambo Escolinha and they are always with us. When the children arrive in the morning, they are already here. When all leave for home, they stay playing with the tires, building sand houses or playing with the slingshot.  Daisy may have the most mischievous smile of Khanimambo and now wears braids secured with plastic of all colors. Andrisse, trying to gain your friendship by kissing your hand and sometimes exaggerates the sad face to get what he wants, is always ready to play whatever, even if he doesn’t understand well the play. His time at the theater classes that some days I have had with the children has been chaotic and hilarious. His imitation of hen or monkey when his turn to imitate sea animals stunned the theater teacher and the rest of the students in the class.

Erica lives with her grandmother, two brothers and two cousins. The day I arrived Khanimambo, Erica walked awkwardly holding her tears until she laid down on the couch in the Escolinha. She was sick with malaria. I remember that first afternoon when Eric and I took Erica to his house and asked her older brother Ribaldo, thirteen, that day especially to help her grandmother, Mrs. Olivia, which is normal for her that sometimes it gets very rough and uphill to take care of five orphans. Erica has taken almost two weeks to show again, smiling and active, and I wrote yesterday about the effects of malaria.

And here goes Scarla, every noon she gets angry when the parades because her team never wins, but she forgets the next day that she has to sing louder and more eager to get the bag of candy that is delivered to winning team. And Simiao, each morning he delivers color bibs ,makes football teams and directs them blowing the whistle. And Dercia, Elton, Denise or Horculano, each with his own personal history, his life ,wich is not at all close to what in Europe we qualify easy, and his place to sleep somewhere inside the “mato” (Mozambican forest) . All of them, almost 200, are Khanimambo children, which the absence of the Foundation would have condemned many of them to leave school, or they never reached secondary school (which requires a bit of money to pay the daily bus to the city), lack of a new family after the loss of theirs or simply stay alive.

And finally, Adelaide, aged nine. One of the highest for his age, almost shaved hair and big bright eyes. Adelaide is deaf, born that way and public education in Mozambique could never teach her the sign language or enroll her in a special school. Like other children, she goes to regular school, attends classes and gets good grades. She is tremendously intelligent. I would say that she is the most savvy of all the children I see playing in the Escolinha. And she has character, a lot. Sometimes even temper. She doesn’t like to lose any games, and more than once I even caught her cheating in the game of the the stones, which consists in while a stone is thrown into the air you have to be handle with the same hand the remaining stones and move them from one place to another of the sand. She communicates with all his companions, by signs or by issuing a sound that here we all have learned to decipher, and she is so integrated into the world Khanimambo that sometimes I forget that Adelaide can not hear me and I asked out loud how she is or if we play Ninja, the game she is also the best at. I suppose it is unavoidable to have a favorite boy, in this case a favorite girl. How Not To?[:ca]El nostre amic Sergio ha estat amb nosaltres a Xai-Xai durant el curs d’estiu i a part de treballar i passar-ho bé amb tots nosaltres ha estat escribint la seva experiència amb Khanimambo en aquest Bloc. Us animem a seguir-lo en la seva volta al món.

Mentrestant us deixem amb aquesta entrada seva que ens ha arribat al cor. ¡Khanimambo Sergio!

Font: http://www.rozalen.eu/2012/11/ellos.html por Sergio Rozalén

La madre de Rael murió unos días después de dar a luz. A pesar de las complicaciones de un parto de sietemesina, la mujer se negó a ir al hospital y dejó huérfanos a dos hijos: Rael, con días de vida y escasas oportunidades de sobrevivir, y Chico, cinco años mayor que su hermana y al que se le borró, me cuentan, la sonrisa de la cara. Rael, “milagro” en changana, el dialecto local, no era aceptada por su abuela, la única familia que tenía aparte de su hermano Chico que la niña tiene en este mundo. La madre de su madre no quería ni podía aceptar en su casa a la culpable de la muerte de su hija, a la niña cuyo nacimiento antes de tiempo había originado esta pérdida. Quizá pensó también que Rael no sobreviviría, como es habitual en las zonas rurales de Mozambique. Aquí la costumbre de no poner nombre a los hijos hasta que cumplen un año o más de vida sigue vigente. Sea por la falta de acuerdo entre las dos familias, sea por miedo a poner un nombre, encariñarse y luego perder al hijo en un país con mortalidad infantil tan elevada, el caso es que mis amigos doctores de Manhiça me cuentan la gran cantidad de innominados (sin nombre) que llegan a sus consultas. Pero Rael sobrevivió, Khanimambo la acogió, Alexia Vieira le dio el biberón y, tras mucho esfuerzo, convenció a la abuela Filomena de que la adoptara. Hoy Rael, la niña milagro, su “dulce sueño africano” es un imán para todo aquel que se acerca a Khanimambo: es regordeta, achuchable, sonriente y se tira en plancha a mis piernas cada mañana, cuando llego a la Escolinha y su equipo del Curso de Verano es el primero que me encuentro, practicando bailes y canciones nuevas cada día. No soy original cuando digo que su historia es, quizá, la más “Khanimambo” de todas la de los niños aquí.

Su hermano Chico pasó por su calvario particular. Despreciado por su abuela, el joven huérfano se enfadó con el mundo, se acostumbró a desaparecer durante días enteros, se desentendió de la higiene y de la escuela y se aisló en su propio planeta negándose a comunicar con su alrededor. Chico cambió de familia, volvió a cambiar, se acercó a Khanimambo, se alejó y volvió de nuevo para empezar, al fin, a tener un comportamiento cercano a ejemplar. Chico no es de los que regalan abrazos sin más, antes parece que te estudia, te analiza, se piensa si te concede un poco de su confianza. Me parece más maduro que muchos chicos de su edad aquí pero, en el fondo, sigue siendo un niño de 9 años que, enfundado en su camiseta de Soziedad Alkohólica (que habrá llegado fruto de alguna donación a Khanimambo) se marca un baile delante de todos nosotros para llevarse el premio diario de los desfiles en este curso de verano.
Daisy y Andrisse son primos, tienen 7 y 6 años respectivamente, y son “los vecinos”. El patio de su casa es también el patio de la Escolinha de Khanimambo y siempre están con nosotros. Cuando llegan los niños por la mañana, ellos ya están aquí. Cuando todos marchan a sus casas, ellos se quedan, jugando con los neumáticos, construyendo casitas en la arena o practicando con el tirachinas. Daisy quizá tenga la sonrisa más pícara de Khanimambo y ahora luce unas trenzas fijadas con plásticos de todos los colores. Andrisse, que intenta ganar tu amistad besando tu mano y que a veces exagera la cara de pena para conseguir lo que quiere, siempre está listo para jugar lo que sea, aunque no lo entienda bien. Su paso por las clases de teatro que algunos días he tenido con los niños ha sido caótico y desternillante. Sus imitaciones de gallina o mono cuando tocaba imitar animales de mar dejó estupefactos al profe de teatro y al resto de los alumnos de la clase.

Erica vive con su abuela, dos hermanos y dos primos más. El día que llegué a Khanimambo, Erica andaba torpemente aguantando la lágrima hasta que se tumbó en el sofá de la Escolinha. Estaba enferma de malaria. Recuerdo aquella primera tarde en la que Eric y yo llevamos a Erica a su casa y la pedimos a su hermano mayor, Ribaldo, de trece años, que ese día ayudara especialmente a su abuela, la señora Olivia, a la que es normal que a veces se le haga muy cuesta arriba hacerse cargo de cinco niños huérfanos Erica ha tardado casi dos semanas en mostrárseme sonriente y activa, y es que sobre los efectos de la malaria ya escribí ayer.
Y por aquí anda Scarla, que cada mediodía se enfada a la hora de los desfiles porque su equipo nunca gana, pero al día siguiente se le olvida que tiene que cantar más alto y con más ganas para lograr la bolsa de caramelos que se entrega al equipo vencedor. Y Simiâo, que cada mañana temprano reparte los petos de colores, forma los equipos de fútbol y los dirige a golpe de silbato. Y Dercia, Elton, Dionisia u Horculano, cada uno con su propia historia personal, su vida en absoluto cercana a lo que en Europa calificaríamos como fácil y su lugar para dormir en algún lugar del interior del mato. Todos ellos, hasta casi 200, son los niños de Khanimambo, a los que la inexistencia de la Fundación habría condenado a muchos de ellos a dejar la escuela, nunca hubieran llegado a la secundaria (que requiere un poco de dinero diario para pagar el autobús hasta la ciudad), carecer de una nueva familia tras la pérdida de la suya o, simplemente, seguir vivos.

Y finalmente, Adelaide, de nueve años. Una de las más altas para su edad, de pelo casi rapado y ojos grandes y vivos. Adelaide es sordomuda, nació así y la educación pública de Mozambique nunca le pudo enseñar el lenguaje de signos ni matricularla en un centro de educación especial. Como los demás niños, va a la escuela normal, asiste a las clases y saca buenas notas. Es tremendamente inteligente. Me atrevería a decir que la más espabilada de cuantos niños veo jugar en la Escolinha. Y tiene carácter, mucho. A veces hasta mal genio. No le gusta perder a ningún juego, e incluso alguna vez la he sorprendido haciéndome trampas en el juego de las piedras, en el que mientras se lanza una piedra al aire hay que manejar con la misma mano el resto de piedrecitas y moverlas de un lugar a otro de la arena. Se comunica con todos sus compañeros, por señas o emitiendo algún sonido que aquí ya todos hemos aprendido a descifrar, y está tan integrada en el mundo Khanimambo que a veces se me olvida que Adelaide no puede oírme y le pregunto a viva voz cómo está o si jugamos a Ninja, juego el que ella es también la mejor. Supongo que es inevitable tener un niño, niña en este caso, favorito. ¿Cómo no hacerlo?
[:]