De entre todas las modalidades que existen hoy en día para ejercer la solidaridad, hay una que últimamente me llama la atención y de la que, cada vez más, estoy convencido que en términos de lo que pretende sirve más bien de poco. Salvando algunas excepciones de entidades realmente responsables y comprometidas, que por suerte las hay, con una simple búsqueda rápida en Internet puedes hacerte una idea de por dónde van los tiros, de forma general, cuando hablamos de Turismo Solidario.
Prueba con las dos palabras en el buscador, verás que aparecen distintas opciones de agencias y de organizaciones que ofrecen este tipo de servicios. Hay que decir que es verdad que la búsqueda de financiación no es tarea fácil para las ONG y que existen acciones de fundraising muy tentadoras a mano para los departamentos que se dedican a ello. Afortunadamente, en Khanimambo sobre este tema aprendimos y fue allá por el 2011 que adoptamos la actitud del no todo vale. Y así seguimos.
Las palabras turismo y solidaridad son, desde mi punto de vista, conceptos antagónicos porque por definición, persiguen fines muy distintos.
El turismo se fundamenta en la curiosidad de las personas por visitar y conocer lugares y en la explotación comercial de esta inquietud tan nómada y tan humana. Por independiente que pretenda ser, el turismo siempre implica transacciones monetarias y por tanto, lucro. Ya sea la organización vía agencia, los derechos de pernoctación en hoteles y pensiones, la alimentación en restaurantes y comercios, el desplazamiento cuando nos subimos a un avión, a un tren o alquilamos un coche, en la adquisición de recuerdos… en fin, implica que compremos productos y servicios a lo largo y ancho de nuestra ruta. Incluso cuando se pretende viajar con pocos medios y recursos, con alpargatas y la mochila a hombros hacia destinos remotos del planeta, uno termina por entrar en estas dinámicas, es normal e inevitable.
Dentro del sector turístico se ofrecen paquetes que se venden como experiencias más refinadas, auténticas y genuinas o aventureras, con más o menos poder de autonomía, alejadas de los circuitos más convencionales y con cierto valor añadido a merced de cada exótico destino. Todavía quedan viajeros que pretenden ser los primeros en pisar una cima, la arena blanca de una playa virgen o en navegar por un río en dirección al mismo corazón de las tinieblas… bueno, o al menos pretenden creerlo. Existe entre la clientela potencial, la voluntad de vivir una experiencia personalizada, única e irrepetible. Los operadores lo saben muy bien y claro, business is business.
La solidaridad por su parte, en su esencia es todo lo contrario. Se podría definir solidaridad como una adhesión, un apoyo incondicional a causas, de entrada ajenas a uno mismo. No busca la obtención de un bien, sea producto o servicio sino más bien desprenderse de él. Alguien te dirá que lo que persigue es otro tipo de gratificaciones, que tienen más que ver con la satisfacción personal de formar parte de un cambio positivo en lo social, en lo universal, o incluso con algo interior del ego. Está bien, ¿por qué no? Es una forma de mostrarte y de estar en sociedad y de entender la vida.
Meter en el mismo saco dos conceptos tan alejados entre sí es, cuanto menos, contradictorio. No es que una persona viajera no pueda ser solidaria, no. La solidaridad es un valor humano, no material. Se practica o no se practica. Es intrínseca y personal. Sin duda existen los viajeros solidarios. La dicotomía aparece pues cuando la solidaridad es usada para vender mejor un producto, ya sea muy material o en forma de experiencia. ¿Se pueden unir el turismo y la solidaridad? Por supuesto que sí, cualquier empresa puede ejercer sus políticas de RSC (Responsabilidad Social Corporativa), pero no de cualquier manera.
Por ejemplo, abusar del valor de la solidaridad como plusvalía de una experiencia como puede ser un viaje organizado, puede llegar a ser perverso, es contraproducente para el sector de la cooperación internacional y, de primeras, me hará desconfiar de la agencia que lo ofrezca. Volvamos a los enlaces del buscador. Algunos que he visitado venden, cito literalmente, «la integración con la comunidad local”, o “el trato directo con los indígenas”. En otras palabras, pagas a terceros para que puedas integrarte en un grupo digamos étnico o local distinto al propio y para gozar del trato directo con otras personas. Y cabe preguntarse, ¿qué reciben estas personas por el gozo de interactuar con ellas? En la mayoría de páginas que he visitado no se explicita tal cosa.
Pretenden que creas que viajando por tu cuenta no establecerás relaciones con lo que llaman la gente local. ¿Acaso no es gente local el taxista que te lleva del aeropuerto al hotel? ¿Y el camarero que en la terraza te sirve una caipiriña con una sonrisa de oreja a oreja? ¿No es gente local el vendedor de suvenires? ¿O el niño que pide limosna? ¿Y qué hay de las señoras que venden fruta y tarjetas de teléfono en el puesto de la esquina? Mucho me temo -ojalá me equivoque- que lo que intentan venderte realmente estas agencias es que vivas la experiencia de la otredad sin riesgo a ser rechazado a la primera de cambio. Podrás tirar fotos a personas que en condiciones normales no aceptarían por dignidad ser retratadas, por ejemplo a personas pobres que quedan muy cool en un álbum de viaje, hasta podrías darles tu ropa usada ejerciendo de este modo algo de caridad que dé sentido a tu pequeña incursión en el tercer mundo. No debe ser casualidad que la mayoría de destinos en oferta sean países en vías de desarrollo.
La pobreza, con toda su crudeza, se convierte de este modo en una mercancía camuflada de “valor añadido” por la que pagarás con tu más buena intención mientras que el intermediario se lucra sin tener que rendir demasiadas cuentas. Habría que preguntar a estos actores, supuestamente solidarios, qué parte del pastel destinan a la solidaridad real a través de profesionales del sector o financiando planes de desarrollo en estos países. En las ONG existe un principio por el que entre un 75% y un 85% aproximado de la financiación total debe destinarse a los fines fundacionales. El resto se entiende que son gastos de gestión o estructurales. Por lo general, si la ONG lo cumple, suele ser un indicador bastante fiable de que está haciendo las cosas bien. Entonces, ¿qué pasa con las agencias de viaje solidarias?
Lo de “integrarse en la comunidad local”, por ende, es de chiste. Simplemente, no te lo creas. No te integrarás en una comunidad cualquiera en tu visita fugaz (a veces de muy pocas horas), cámara en ristre y billetera en mano. Vivo en Mozambique hace diez años y gracias a mi indisimulable privilegio de persona no negra y a la brecha cultural, entre otras cosas, en muchos aspectos no me siento integrado, ni pretendo sentirme a medio plazo. Quizás me haya ganado algo de estima, o cierta reputación ¿quién sabe? por mi ocupación con las personas, a las que intento tratar con máximo respeto pero, sobre todo, gracias a una permanencia y a un recorrido que ha permitido construir una confianza mutua con gente que me relaciono diariamente. Imposible de construirla en un mes, mucho menos en horas y muy especialmente cuando hablamos de personas que viven en condiciones de extrema pobreza y en una situación de alta vulnerabilidad. Incluso los periodistas más experimentados son muy conscientes de esta limitación a la hora de recopilar testimonios fiables para la creación de sus reportajes en países remotos y desde realidades ajenas.
Uno se encuentra finalmente con situaciones tan ridículas como que las propias agencias “brindan la oportunidad” a sus clientes de que lleven material escolar o ropa a las zonas más necesitadas del planeta. ¡Qué buenas son! Los clientes, en un acto de buena fe, sí que ejercitan la solidaridad a su manera y dentro de sus posibilidades, mientras que la agencia llamada solidaria, se lucra por ello. En serio, en Khanimambo lo hemos vivido en más de una ocasión.
Normalmente, son personas que no conocen nuestra actividad y que pretenden que les hagamos un tour rápido por el Centro Munti o por la zona donde viven las familias de Khanimambo para que puedan ver cómo vive (recordamos, para ellos integrarse con) la gente local, bajo el pretexto de que con estas visitas promocionamos nuestro proyecto. Algunas -no es broma- aparecen con ese look tan coroneltapiocca como si fueran a explorar la sabana o a cazar elefantes. Oenegés convertidas en safari de la noche a la mañana con la pequeña salvedad de que por el safari, del mismo modo que por el alojamiento y por la visita al museo, contribuirán impecablemente mediante el pago del servicio, porque eso es lo que se espera de un turista, no que te traiga caramelos! Y la experiencia nos dice que muy pocos de estos visitantes, por no decir ninguno, acabarán solidarizándose con nuestra causa y comprometiéndose que es lo que nos permite avanzar.
Por todo ello, cuando escucho algunas de las historias que escucho sobre turismo alternativo y solidario, no puedo más que sentir un poco de vergüenza ajena y grandes dosis de escepticismo. Hay que entender que estas prácticas acaban contaminando y minan el trabajo bien hecho de las organizaciones y de personas que nos encontramos desde hace tiempo comprometidos de verdad con el terreno, con las comunidades locales y que entendemos la solidaridad como algo muy distinto a la que se vende desde algunos portales.
Y es que ya sabéis, al final del día, los prejuicios no entienden de razones ni de fronteras y, a consecuencia de este tipo de acciones oportunistas, por muy bienintencionadas que sean, nuestro sector queda expuesto y visto para sentencia para acabar dentro del mismo saco, al lado mismo de lo que podríamos denominar una variante alternativa y solidaria de la mezquindad.