Da un poco de vergüenza ajena asistir a plena luz del día a una bronca de las ONG de altos vuelos por el reparto de las sobras, como quien dice. Ya de por sí, la competencia entre este tipo de organizaciones es cuanto menos sonrojante. Lo que unas les arañan a las demás, acaba perjudicando siempre a beneficiarios que no entienden de bajeza moral semejante. Estos beneficiarios ya sean personas, animales o el medio ambiente, con seguridad necesitaban tanto o más las codiciadas ayudas. Leo este artículo de Gonzalo Fanjul del pasado 23 de mayo y no puedo estar más de acuerdo con lo que expone en relación a este tema. 

Hace unos días un amigo me contó un cuento. Dice así.

Una señora cultivaba muchas flores en su jardín y de tan bonitas que eran y de los halagos que recibía por ellas decidió producir semillas para la venta. Después de experimentar y trabajar muy duro consiguió crear unas semillas muy buenas y resistentes de las que brotaban las flores más bonitas, aromáticas y vistosas, nunca antes vistas en la comarca. La mujer decidió ofrecer semillas, sin coste alguno, a todas las granjas y jardines particulares de la región que la había visto nacer.

Un vecino muy avispado, un día, le espetó. Oye, estás regalando demasiadas de estas semillas tan buenas. Tu negocio no funcionará, puesto que ahora todo el mundo venderá tus flores únicas. A lo que ella contestó. No regalo ni pocas ni muchas. Si no lo hago, las flores malas de mis vecinos polinizarán las mías y estas perderán calidad, de modo que las que voy a vender no serán más buenas que las suyas. Y, por si fuera poco, deseo ver mi tierra y mi pueblo impregnados de color, de belleza y para ello nada es mejor que estas semillas.

Volviendo al mundo de la cooperación, no exagero al decir que hay organizaciones que realmente hacen un trabajo extraordinario. A mi siempre me ha llamado la atención que se valora muy poco el esfuerzo de algunas pequeñas y medianas entidades que a menudo, sin la estructura de las grandes del sector, el esfuerzo que llevan a cabo es monumental. Lo curioso es que, a diferencia de las grandes, suelen aplicar el mismo principio que en la fábula anterior y existe un respeto mutuo y cierto nivel de complicidad a pesar de intentar conquistar las mismas fuentes de financiación.

Algunas de estas organizaciones ni por asomo nos planteamos (el uso de la primera persona del plural no es gratuito) concurrir a fondos públicos, a las migajas del pastel. Por muchos motivos, unos éticos y otros más prácticos pues es tal el engorro y los procederes burocráticos para y con la administración, que necesitaríamos una única persona, sino más, a tiempo completo para presentarnos a todas y cada una de las convocatorias que emergen y a darle un seguimiento tan extenuante y minucioso a los flujos de divisa, que en muchos casos roza lo ridículo cuando no lo absurdo y lo grotesco. Así que preferimos sensibilizar, persuadir, sintonizar e interactuar con las personas directamente o con el sector privado que, obviamente, también solicita garantías y quiere -y necesita- justificar hasta el último céntimo, pero de un modo mucho más pragmático y eficaz.

Por si fuera poco, asistimos estos días de pandemia a otro tipo de sinsentido, protagonizado en mayor parte por algunas de estas ONG que compiten por las migajas. Aclaro, no me estoy refiriendo necesariamente a las que protagonizaron el episodio que denuncia Gonzalo Fanjul en su artículo, sino que abro un poco más el abanico hacia lo que he visto y conocido en estos últimos 11 años viviendo en Mozambique.

Me consta que, a raíz de la Covid-19 y del estado de emergencia nacional decretado a finales de marzo, algunas de las grandes ONG internacionales que operan en la misma provincia que nosotros, en Mozambique, están parando proyectos, despidiendo trabajadores y sumergiéndose en un letargo del todo inaceptable por parte de organizaciones ricas, llamémoslas así porque lo son. ¿No son estas precisamente las que que en principio deberían estar a pie de cañón ahora más que nunca? Hablo de organizaciones de las que sus directivos y cuadros medios cobran sueldos astronómicos insultantes para la lógica recomendable de lo que debería ser la «cooperación al desarrollo». Hablo de cientos de trabajadores, en su mayoría locales que, sin su parte astronómica del pastel, se ven en la calle de un día para otro y se ven obligados a volver a su miserable vida de antes.

Sueños truncados, falsas expectativas… Casi siempre, frustraciones evitables. Vemos proyectos para los que se ha invertido una burrada de dinero (eso daría para otra entrada) que de hoy para mañana se esfuman, desaparecen. Derroche de recursos y confianza en entredicho, eso último acaba por afectarnos a todas. Y a estas organizaciones, demasiado pocas veces se les cuestiona, en realidad. Algunas de ellas incluso tienen el atrevimiento y la desvergüenza de poner en marcha campañas de recaudación para combatir lo mismo de lo que están huyendo.

Vemos expatriados que vuelven a sus países de origen, no sea que la Covid-19 les pille en este rincón del mundo. Venden propiedades, coches y electrodomésticos. Dejan sus proyectos parados, proyectos de los que dependen personas en alto riesgo de vulnerabilidad. Es como si del día a la noche, los enfermeros de una unidad sanitaria decidieran dejar de trabajar por el peligro a infectarse. Una de las cosas que viene diciéndose una y otra vez con mucha razón es que esta pandemia ha colocado a mucha gente en su merecido lugar y certifico que el mundo de la cooperación no ha sido ajeno a este hecho. Los enfermeros, por cierto, como tantos otros colectivos a primera línea, sí se han ganado los aplausos.

Cuando veo todo esto, me siento feliz de pertenecer a la Fundación Khanimambo. Todo lo que conseguimos nos permite celebrar y convivir como lo que somos, una familia unida. Pero no unida a base de falsas promesas, números ficticios y estadística de tres al cuarto, no… Una familia que se siente, se respeta y se aprecia. Una familia comprometida que se apoya hasta las últimas consecuencias. Sentimos muy cerca a nuestra base de socios y colaboradores, nos sentimos arropados. Hemos aprendido a reinventarnos y también a abrocharnos el cinturón ante las dificultades, más si cabe. Actuamos con principios como son el esfuerzo, la transparencia y la responsabilidad. Y lo que nunca haríamos sería tirar la toalla y mucho menos tirar por la borda a varios de los nuestros cuando navegamos en medio de una tormenta.

No tenemos ni poco ni mucho. Tenemos lo que nos permite ser quienes queremos ser y cumplir con nuestro compromiso. Y, ¿porque no?, lo que nos permite seguir soñando con un mundo más justo, más bello y colorido.